Los días más largos

En la tarde del sábado 18 de julio de 1936 el gobernador militar de Córdoba proclamaba el estado de guerra. Poco después se adhería a la sublevación la Comandancia de la Guardia Civil enviando órdenes a los cuarteles de la provincia para que secundasen su ejemplo. La mayoría así lo hicieron; mientras tanto, las masas campesinas se organizaban para reducir a los sublevados y comenzaban los que para muchos serían los días más largos de la guerra.

LOS DÍAS MÁS LARGOS

conspiración, sublevación y revolución

La Guerra Civil Española ha sido considerada en muchas ocasiones como el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial, puesto que sirvió de campo de pruebas para las potencias del Eje y la Unión Soviética, además de que supuso un desenlace, principalmente a raíz de la llamada Revolución social española de 1936, entre las principales ideologías políticas de carácter revolucionario y reaccionario (o contrarrevolucionario) que entonces se disputaban en Europa y que entrarían en conflicto poco después: el fascismo, el carlismo, el constitucionalismo de tradición liberal burguesa y el Socialismo de Estado del PCE y la Komintern (liderada por el régimen de Stalin en la URSS), y los diversos movimientos revolucionarios: socialistas, comunistas, comunistas libertarios, anarcosindicalistas o anarquistas, y poumistas. Los partidos republicanos no revolucionarios defendieron el funcionamiento democrático parlamentario del Estado por medio de la Constitución vigente, la Constitución de la República Española de 1931. Los anarquistas de la CNT (y muchos comunistas del POUM) defendían la implantación de un modelo libertario, aunque tuvieron que renunciar a todo su esquema teórico al aceptar la participación en el gobierno a finales de 1936. Los nacionalistas defendieron su autonomía. La mayoría de revolucionarios buscaban bien implantar la dictadura del proletariado, o bien eliminar la coerción de cualquier estructura jerárquica, fundamentalmente a través de una economía de carácter comunista y autónomo, y una organización política basada en órganos de base y comités, sintetizado todo ello en la consigna del comunismo libertario. Muchos militares sublevados y los falangistas defendieron, en palabras del propio Franco, la implantación de un Estado totalitario. Los monárquicos pretendían la vuelta de Alfonso XIII. Los carlistas la implantación de la dinastía carlista, etc. En ambos bandos hubo intereses encontrados.

Los detonantes de la guerra

Entre febrero y julio de 1936 se produjeron grandes disturbios en la calle, contabilizándose centenares de tiroteos y decenas de muertos, además de asaltos a iglesias, partidos políticos o periódicos.

El 14 de abril de 1936 se produce el desfile de conmemoración del Quinto aniversario de la República, presidido por Manuel Azaña. Durante el paso de la Guardia Civil, los abucheos y los disturbios fueron abundantes, ya que se dudaba de la fidelidad al Gobierno de la misma, y el resultado fue la muerte del alférez De los Reyes durante una trifulca.

Pero el 16 de abril el entierro constituyó una excusa para que la derecha se echase a la calle para protestar efusivamente; la comitiva, que quiso recorrer mucha más distancia que la que la separaba del cementerio, acabó por provocar trifulcas (existen fotografías de tiroteos por las calles) que hicieron entrar en juego a los Guardias de Asalto. En todo este caos, resulta muerto Andrés Sáenz de Heredia (primo de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange), y una muchedumbre, al observar cómo el teniente José del Castillo Sáez de Tejada dispara a un joven tradicionalista (carlista), José Llaguno Acha, enfurece e intenta lincharlo. Tanto el joven como él necesitaron atención médica.

Y el 12 de julio, el mencionado José del Castillo  muere asesinado mientras pasea tranquilamente por la calle, generando una gran conmoción  entre la Guardia de Asalto a la que pertenecía. Y a la madrugada siguiente, en represalia, un grupo de guardias, al no encontrar en su casa a Gil-Robles, secuestran y matan a José Calvo Sotelo, quien era miembro de las Cortes y líder de la oposición al Frente Popular. Este crimen convenció de la necesidad de dar el golpe de Estado a los militares que aún estaban indecisos, entre ellos y según Preston, a Franco. Este golpe de Estado estaba preparado por Mola (el Director) para mediados o finales de julio desde hacía tiempo (el Dragon Rapide ya estaba en camino), y contaba con el apoyo de la Falange y de los movimientos conservadores y católicos. El levantamiento acababa de comenzar.

Puente Genil

Casa cuartel de la Guardia Civil incenciada

FUE UN 18 DE JULIO

la sublevación en la capital y en la provincia

El 18 de julio se produce en muchos puntos de España el golpe de Estado militar dirigido por el general Mola. Ese mismo día, el coronel Ciriaco Cascajo, gobernador militar de la provincia y jefe del Regimiento de Artillería Pesada nº1 en Córdoba, recibe desde Sevilla la orden de Queipo de Llano de declarar el estado de guerra.

Los sublevados del cuartel de Artillería contarían desde el principio con el apoyo de la burguesía agraria (latifundistas y grandes arrendatarios, administradores de fincas y profesionales liberales del mismo ámbito) y el de una nutrida representación de la élite industrial y del comercio local que tampoco dudaría en incorporarse a la fuerza golpista.

Una vez que en torno a las 4 de la tarde se proclamó el bando de guerra en el patio del cuartel de Artillería, un contingente compuesto por más de 200 hombres se dirigió hacia el Gobierno Civil, situado entonces en la avenida del Gran Capitán (muy próximo a la antigua plaza de toros de los Tejares). Mientras tanto, las reticencias iniciales mostradas en la comandancia de la Guardia Civil quedaron disipadas al tomar el mando del cuartel de la Victoria el comandante Luis Zurdo, por orden expresa de Cascajo.

Aunque todo parece indicar que el gobernador Rodríguez de León estaba dispuesto a rendirse, la presencia en su despacho de algunos políticos como el alcalde de la ciudad Sánchez Badajoz, los diputados Martín Romera y Castro Molina y el presidente de la Diputación Provincial José Guerra Lozano, bastó para que desistiese de su propósito y se organizase una resistencia con la Guardia de Asalto que se prolongaría hasta las 9 de la noche al mando del capitán Tarazona. Sería entonces cuando los cañones del regimiento de Artillería abrirían fuego y la presencia oficial del Gobierno de la República caía en manos de los insurrectos. Salvo el gobernador civil, que se había mostrado colaborativo, el resto de dirigentes de la resistencia fueron apresados y fusilados posteriormente, a excepción de Manuel Castro Molina que lograría escapar a la zona republicana.

Antes de la medianoche los sublevados se habían hecho con el control de las zonas más importantes de la ciudad, como la sede de Correos, la plaza de las Tendillas y el Ayuntamiento. La resistencia fue sofocada rápidamente con los incendios de las sedes de CNT y del PCE, quedando los actos de lucha obrera reducidos al asesinato de un abogado de la CEDA (José María Herrero) y a pequeños incendios en las iglesias de San Agustín y Santa Marina.

Esa misma noche el coronel Cascajo, constituido en comandante militar de la plaza, nombraría a José Marín Alcázar como nuevo gobernador civil, posesionando de la alcaldía a Salvador Muñoz Pérez y de la Diputación Provincial a Eduardo Quero Goldoni.

Las comunicaciones fueron interceptadas y los accesos a la capital por carretera y ferrocarril se cortaron evitando la huida de destacados líderes políticos y obreros como fue el caso de diputados malagueños Antonio Acuña y Luis Dorado que se dirigían a su circunscripción desde Madrid y fueron detenidos en la estación de Los Cansinos. Apenas una semana más tarde serían fusilados junto a los diputados cordobeses Antonio Bujalance y Bautista Garcés.

 

La situación en la provincia

En la provincia la situación al caer la tarde de aquel sábado 18 de julio se mostraba favorable para los sublevados. Las órdenes a los distintos cuarteles de la Guardia Civil que en un principio disponían concentrarlos en la Comandancia de la capital se fueron revocando y las dotaciones fueron regresando a sus respectivos pueblos (algunas ni siquiera llegaron a salir), manteniéndose tan solo en las localidades más pequeñas la orden de agruparse en sus cabeceras de línea.

En la mañana del 19 de julio, tras la proclamación del estado de guerra y la incautación generalizada de los Ayuntamientos, 48 de los 75 municipios que por aquel entonces componían la provincia estaban bajo el control del bando sublevado. Sin embargo, la sensación de control y aparente calma se vería rota en la mayoría de las poblaciones aquella misma noche y los enfrentamientos comenzaron a multiplicarse y a hacerse cada vez más virulentos. Comenzaban los que para muchas poblaciones serían, sin duda, los peores días de la guerra.

Baena

Bando de guerra firmado por el teniente Pascual Sánchez Ramírez

LOS PUEBLOS LEALES

Donde la sublevación no triunfó

La situación en la provincia se muestra favorable para los golpistas tras ser dadas las órdenes a los distintos cuarteles de la Guardia Civil en los pueblos. Algunas excepciones fueron el bastión anarquista de Bujalance (donde la Guardia Civil se puso al servicio de las autoridades republicanas) junto con Cañete de las Torres, Valenzuela y Villa del Río); Nueva Carteya, cuyo alcalde se mantuvo fiel a la República; El Viso y Peñarroya-Pueblonuevo. En esta última, gracias a la mediación del alcalde Fernando Carrión y el diputado socialista Eduardo Blanco se consiguió mantener la lealtad al Gobierno de la Guardia Civil de toda la comarca, que quedó concentrada en Peñarroya. En el sur de la provincia, Doña Mencía mantuvo su fidelidad al gobierno democrático ya que la Guardia Civil  estuvo acuartelada hasta el día 20 de julio en que se trasladó a Cabra, estableciéndose en la población un Comité de defensa de la República .

La revolución en los pueblos

Después del intento de golpe, en muchos pueblos se empiezan a conformar los llamados Comités de Defensa de la República, integrados por personas de izquierdas y que luchaban, de manera local, para recuperar las poblaciones tomadas por los sublevados. De esta forma, el mismo 19 de julio la masa obrera sofocó la sublevación en Almodóvar del Río y Montoro. En Baena los anarquistas, dirigidos por Joaquín Gómez Tienda «El Transío», se adueñaban de la práctica totalidad del pueblo, apretando cada vez más el cerco a los sublevados que resistían en la plaza del Ayuntamiento.

El 21 de julio vuelven a control republicano las localidades de Nueva Carteya (donde había llegado una columna procedente de Córdoba el día anterior) y un día más tarde campesinos de Espejo y Castro del Río acaban de manera sangrienta con los derechistas, que también pierden Montoro (donde mueren más de 40 personas). La lucha se hacía cada vez más violenta: el 23 de julio el bando izquierdista se imponía en  Puente Genil con gran derramamiento de sangre, algo que sucedía también en Fernán Núñez.

Durante los días siguientes volverían a control republicano varios pueblos del sur de Córdoba, entre ellos El Carpio y Nueva Carteya, que se había perdido el día 28.

Doña Mencía

Bando entrega de armas

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