La destrucción del patrimonio
Los primeros momentos de la contienda fueron especialmente duros para el patrimonio histórico artístico del sur de Córdoba, sucumbiendo numerosas obras de arte en las piras iconoclastas. El asalto e incendio de edificios religiosos se generalizó hasta el punto de que en numerosos pueblos no quedó un solo templo que no sufriese el vandalismo incontrolado. Desaparecía para siempre una herencia cultural de siglos.
LA DESTRUCCIÓN DEL PATRIMONIO CÁDIZ
Una riqueza irremplazable
Los enfrentamientos bélicos son probablemente la causa más importante de desperfectos en el patrimonio arquitectónico y artístico, y la Guerra Civil española no fue una excepción. En ese sentido, los principales problemas que tuvieron que enfrentar las autoridades republicanas en los primeros meses de la guerra para frenar la destrucción de la riqueza artística española fueron la devastación del Patrimonio Artístico de la Iglesia y la incautación indiscriminada de las colecciones privadas de arte por parte de las organizaciones obreras. A ellos habría que añadirles el mercado negro de obras de arte y antigüedades y los bombardeos sobre los centros urbanos.
En la retaguardia republicana se produjeron, desde los primeros momentos del conflicto, ataques contra el patrimonio de la Iglesia e incautaciones irregulares de bienes de propiedad privada. Ante el peligro que esto suponía para la conservación del conjunto patrimonial español, el Gobierno de la República adoptó las medidas necesarias, creando el 23 de julio de 1936 la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico, cuya transformación progresiva derivó en un sistema de Juntas destinado a ocuparse de la protección del patrimonio en toda la retaguardia republicana.
Sin embargo, y sobre todo en cuanto a los bienes artísticos de la Iglesia se refiere, el daño era ya irreparable en la mayor parte del territorio peninsular puesto que la primera semana del conflicto bélico supuso la total destrucción de numerosísimos templos con sus correspondientes archivos y colecciones de pintura, escultura, orfebrería y otros elementos patrimoniales. Si a esto añadimos la “quema de conventos” de mayo de 1931 y los demás asaltos e incendios ocurridos durante la República, puede concluirse que el periodo transcurrido entre mayo de 1931 y abril de 1939 fue, sin duda, el más devastador para el Patrimonio Histórico Artístico de España.
En Baena fueron asaltadas e incendiadas las iglesias de Santa María la Mayor, Santa Marina, Espíritu Santo, Madre de Dios y San Bartolomé. De ellas, las tres primeras lo fueron totalmente, al igual que el convento de las dominicas, siendo parcialmente las dos restantes. La valoración económica que realizó el Ayuntamiento a instancias de la Comisión del Tesoro Artístico ascendió a varios millones de pesetas, siendo el monasterio de Madre de Dios el que acumuló mayores pérdidas junto a la parroquial de Santa María.
El fuego prendería igualmente en la mayor parte de las iglesias de Castro del Río, siendo especialmente notables los destrozos en las iglesias del Carmen y de Madre de Dios que perdieron incluso sus techumbres. La magnífica colección de retablos barrocos del convento de las dominicas de Scala Coeli desapareció por completo como ocurriría con las valiosas tallas y pinturas de la parroquia de la Asunción. La ermita de la Virgen de la Salud y las iglesias del colegio de San Acisclo y Santa Victoria y del hospital de Jesús Nazareno también fueron asaltadas. mutilando en unos casos y quemando en otros la mayoría de las imágenes religiosas que en ellas se veneraban.
En Puente Genil, el edificio religioso más dañado fue la iglesia del Carmen, en la barriada de la Estación, que tras el incendio sufrió la pérdida de casi la totalidad de su patrimonio. Otras iglesias y ermitas de la población también fueron asaltadas aunque la furia iconoclasta no tuvo efectos tan nocivos como en el templo citado anteriormente.
Bujalance y Cañete de las Torres vieron afectado su patrimonio artístico de manera notable. En el primero de los casos se destruyeron la gran mayoría de imágenes religiosas de las iglesias asaltadas provocando en algunas de ellas, como en la parroquial de la Asunción, incendios parciales que, en este caso concreto, afectaron a la zona del coro y tribuna del órgano. Aún así, el templo, dedicado a otros usos, pudo conservar parte de su patrimonio como el retablo mayor que, aunque con graves mutilaciones, pudo salvarse. La iglesia de San Francisco, sin embargo, sería la que correría peor suerte ya que tan solo se conservó su torre y los muros exteriores, quedando todo el interior destruido por completo. En la segunda de las localidades, los mayores daños se produjeron en el santuario de la patrona, la Virgen del Campo, cuyos elementos patrimoniales fueron devorados por las llamas.
Por su parte, en Espejo, la iglesia parroquial de San Bartolomé no sólo sufriría el asalto y destrucción de sus imágenes sino que se vería también muy afectada por los bombardeos que causarían graves daños en sus techumbres aunque no llegarían a desplomarse de todo como sí ocurrió en la ermita de la Virgen de Gracia que acabarían desapareciendo, finalmente, del conjunto de edificios religiosos espejeños,
Montoro y Villa del Río engrosarían la nómina de las localidades con graves pérdidas en su patrimonio histórico artístico. La destrucción de las imágenes de mayor fervor popular fue una constante y de este modo desaparecerían la de Jesús Nazareno en el primero de los pueblos y la de la Virgen de la Estrella, en el segundo de ellos. Al igual que ocurría en otros muchos lugares, la iglesia de San Bartolomé de Montoro fue convertida en teatro, como la iglesia nueva de Doña Mencía en almacén de abastos, el gran templo barroco que se hallaba extramuros de la población, ya había sido incendiado en septiembre de 1932.
Con los asaltos e incendios de estos y otros edificios religiosos desaparecieron obras de pintores como Goya, retablistas como Felipe de Rivas, escultores como Berruguete o Alonso Cano y orfebres como Damián de Castro o José de Santa Cruz. Junto a ellas desaparecieron multitud de obras menores y un importantísimo acervo documental que recogía más de cuatrocientos años de historia local en el sur de Córdoba.