Tres años en guerra Córdoba

Atrás iban quedando aquellos aciagos días del mes de julio de 1936, cuando la mayoría de las poblaciones del sur de Córdoba vivieron los episodios más cruentos de la guerra civil. Sin embargo, fueron tres largos años de conflicto los que hicieron que la población aprendiera a convivir con el terrible sonido de las bombas, con la censura militar en el correo, con el miedo a las represalias, con una economía rota… en definitiva, fueron tres años en guerra.

EL FRENTE DE CÓRDOBA

Las acciones bélicas en la provincia

El Frente de Córdoba constituyó durante toda la contienda una zona de combates constante, alternándose con una guerra de posiciones que duró prácticamente hasta el final de las acciones bélicas. No obstante, la zona sur de la provincia quedaría estabilizada hacia finales de 1936, fecha en la que caerían los bastiones anarquistas de la campiña y la línea de frente se establecía en los límites de la provincia de Jaén.

Durante el mes de septiembre se suceden los enfrentamientos entre ambos bandos; primero en las cercanías de Córdoba, con refriegas en Cerro Muriano y El Vacar iniciadas el 6 de septiembre, para continuar al día siguiente con la captura de Hornachuelos por parte de los sublevados y la batalla de Espejo, en la que durante tres días se produjeron numerosas bajas, evacuándose la población por orden del comandante Pérez-Salas y entrando  finalmente en ella las tropas rebeldes.

A lo largo del mes de octubre se llevaría a cabo la ofensiva franquista sobre el valle del Guadiato, estableciendo como objetivo principal la toma de Peñarroya-Pueblonuevo. Planeado el ataque desde dos frentes, las  tropas venidas de Badajoz lo hicieron desde el noroeste, mientras que las columnas que habían partido de Córdoba iniciaron su ofensiva desde el sureste. A pesar de que estas últimas fuerzas  necesitaron del apoyo de una tercera columna proveniente de Posadas ante la fuerte resistencia republicana en El Vacar,  el día 13 caería Peñarroya y tras ella el resto de poblaciones de la comarca.

Las últimas operaciones militares

La última ofensiva franquista de 1936, a veces denominada como Campaña de la Aceituna, se centró en el valle del Guadalquivir. Columnas salidas de Baena tomaron la aldea de Albendín el 15 de diciembre. las poblaciones de Valenzuela y Cañete de las Torres el 19 y Bujalance un día más tarde. Con este rápido avance, las fuerzas republicanas de la zona (integradas principalmente por milicianos anarquistas) se vieron obligadas a replegarse, facilitando la toma de Pedro Abad y El Carpio, población esta última donde se apresaría al comandante del republicano Batallón Garcés, Enrique Vázquez Expósito, que sería fusilado posteriormente. 

El día 22, una columna del bando sublevado salía de la capital hacia Villafranca, tomando la localidad y poniendo en retirada al Batallón del mismo nombre, comandado por Francisco del Castillo y en el que ejercía de comisario el poeta Pedro Garfias. La segunda fase de esta ofensiva se orienta a la comarca del alto Guadalquivir, entrando el día 24 en Villa del Río y Montoro, consiguiendo las fuerzas franquistas el control de toda la zona antes de 1937.

Albendín

Puente sobre el río Guadajoz destruido

Guerra Civil

Soldados portando una camilla

Montoro

Regreso de evacuados a la población

LOS COMBATIENTES EN EL SUR DE CÓRDOBA

Combatientes del bando republicano

Los primeros días de la sublevación militar en Córdoba estuvieron protagonizados por una serie de combates esporádicos entre ambos bandos, primando el carácter local y siendo, por lo general, líderes obreros los que tomaron la iniciativa para reducir a los rebeldes. Sin embargo, a finales del mes de julio la defensa republicana experimentará un notable cambio con la llegada a la provincia de una columna de milicias y soldados regulares bajo el mando del general Miaja. Tras su llegada a Montoro el día 28, comenzarían las primeras operaciones cuyo principal objetivo sería la rendición de la capital y la recuperación de algunos pueblos que estaban en manos de los sublevados.

En conjunto, la columna disponía de 3.000 hombres repartidos en nueve agrupaciones de las que tres se establecieron como guarnición en distintas localidades y una quedó de reserva. Las fuerzas se componían de militares de la III División Orgánica, efectivos de la Base naval de Cartagena y un conjunto de milicias del Levante y Jaén. Por su parte, para los distintos ataques quedarían cinco agrupaciones de muy diversa composición, cuya estructura sería la siguiente:

Agrupación Armentia: compuesta por dos compañías de fusiles y una batería ligera, además de milicianos de Peñarroya y los Pedroches. En total, unos 280 hombres al mando de Gerardo Armentia Palacios.

Agrupación Balibrea: constituida por dos compañías de fusileros, una sección de ametralladoras y una batería ligera. En total, unos 280 hombres al mando de José Balibrea Vera.

Agrupación Pérez Salas: compuesta por una sección de ametralladoras de Castellón, dos baterías del «Quinto Ligero de Valencia», un batallón de milicianos de Alcoy, las milicias de Espejo y unos 300 guardias civiles. En total, unos 900 hombres al mando del comandante Pérez Salas. Se trataba de la agrupación con mayor número de efecgivos y también la que sufrió los principales ataques por parte de la aviación sublevada. 

Agrupación Viqueira: constituida como apoyo a la de Pérez-Salas y al mando de Cándido Viquiera Fullós, formaban parte de ella en torno a los 120 milicianos. 

Agrupación Peris: formada por distintas milicias procedentes de Jaén y al mando del diputado socialista Alejandro Peris. En total unos 750 hombres, escasamente pertrechados. Esta agrupación, apoyada por milicianos de Castro del Río y Baena, fue la que atacó esta última localidad entre los días 5 y 6 de agosto, retirándose en el último momento cuando ya las fuerzas rebeldes se hallaban muy comprometidas en su reducto de la plaza del Ayuntamiento.

La Guardia Civil y su cuestionada lealtad republicana

Entre los efectivos que componían las fuerzas de lucha contra el bando sublevado hubo también desde el primer momento miembros de la Guardia Civil que permanecieron leales a la República. Así nos encontraríamos los casos de Bujalance, Nueva Carteya o Albendín, por citar algunos del sur de Córdoba, cuyos comandantes de puesto no se sublevarían entre el 18 y el 19 de julio, contraviniendo con ello las órdenes dadas desde Córdoba. En otras poblaciones, como en Doña Mencía, la guardia civil permaneció acuartelada hasta que la Comandancia les indicó se concentrasen en las cabeceras de sus respectivas líneas. La postura de este cuerpo en un principio fue un tanto ambigua y mientras hubo mandos como el teniente Pascual Sánchez, de Baena, que no dudaron en adherirse rápidamente a la rebelión, otros manifestaron a las distintas autoridades locales su inquebrantable adhesión a la República. No obstante, como fue el caso de Puente Genil, estas lealtades no siempre fueron creídas por los líderes obreros que recelaban de una fuerza a la que siempre habían considerado represora. Sus sospechas acabarían convirtiéndose en realidad e incluso se produjo una notable deserción en masa cuando el destacamento de Andújar, con más de 200 hombres entre oficiales, suboficiales y guardias, que formaba parte de la columna Pérez-Salas, se pasó el día 25 al bando sublevado, llegando a Fernán Núñez desde el cortijo de La Reina, en las inmediaciones de la aldea de Santa Cruz.

El Carpio

Torre del castillo tomada por fuerzas republicanas

El Carpio

Ametralladora en la torre del castillo

Guardias de Asalto

Posición defensiva con ametralladora

Los Carabineros y la Guardia de Asalto

El Cuerpo de Carabineros, cuya misión era la vigilancia de costas y fronteras y la represión del fraude fiscal y el contrabando, fue creado en 1829. Durante la guerra civil se alineó fundamentalmente con el gobierno de la República, convirtiéndose en la élite de su ejército. De este modo, mientras que entre 5.000 y 6.000 hombres se unieron al bando sublevado,  otros 10.000 (aproximadamente dos terceras partes del Cuerpo) se mantuvieron fieles a la República. En la zona controlada por los rebeldes el exdirector general Gonzalo Queipo de Llano fue confirmado como general Inspector del Cuerpo de Carabineros del Ejército del Sur. Durante el transcurso de guerra, en la zona republicana aumentaron sus efectivos hasta el punto de que hubo unidades del incipiente Ejército Popular que llegaron a estar compuestas íntegramente por carabineros. Este sería el caso de las Brigadas Mixtas 8ª, 85ª, 87ª, 152ª 179ª, 211ª, 222ª y 228ª Por su parte, las brigadas mixtas 3ª y 5ª de carabineros fueron quizás las más famosas y participaron en las principales batallas de la contienda.

Por su parte, la Guardia de Asalto fue un cuerpo policial español creado durante la Segunda República con el objetivo de disponer de una fuerza policial para el mantenimiento del orden público y que fuera de probada fidelidad republicana.

Al igual que ocurrió con los carabineros, tras el alzamiento militar del 18 de julio, el Cuerpo se alineó mayoritariamente con el Gobierno de la República. En Córdoba tuvo un papel destacado en la defensa del Gobierno Civil tras la sublevación del cuartel de Artillería, siendo el capitán Tarazona su mando más destacado.

Con la reorganización de las instituciones de la Segunda República a finales de 1936, llegaron algunos cambios: la Guardia Civil ya había sido transformada por el gobierno en Guardia Nacional Republicana. A su vez, ésta fue fusionada por decreto el 27 de diciembre de 1936 con el Cuerpo de Seguridad y Asalto para formar el Cuerpo de Seguridad Interior, aunque en la práctica no llegaría a ser efectivo realmente.

Tras el final de la contienda, un decreto del general Franco haría desaparecer tanto este Cuerpo como el de Carabineros. Mientras el último se integró en la Guardia Civil, los pocos miembros de la Guardia de Asalto que superaron los expedientes de depuración se integraron en la recién creada Policía Armada (cuyos miembros empezaron a ser popularmente conocidos como «los grises», por el color de sus uniformes).

De las milicias al Ejército Popular

Durante el primer año de la guerra civil española, las milicias libertarias, formadas por voluntarios y voluntarias de la C.N.T., F.A.I. y P.O.U.M., tuvieron un papel determinante en lo que concierne a la guerra –y revolución- contra el “alzamiento nacional”.

Las milicias de la CNT, también llamadas milicias confederales, fueron un movimiento de milicia popular organizado durante la guerra civil española por las organizaciones dominantes del anarquismo de España: la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Estas milicias tuvieron un importante papel en la revolución social española de 1936. No fueron las únicas, ya que en esta revolución jugaron un papel menor (aunque importante en la guerra) otras milicias pertenecientes a distintas organizaciones, partidos y sindicatos (como las del Partido Obrero de Unificación Marxista, las del Partido Sindicalista o las de la Unión General de Trabajadores). Tras el alzamiento militar de julio de 1936 se formaron, en las zonas donde fracasó la sublevación, grupos armados de voluntarios civiles organizados por los partidos políticos y los sindicatos que se unieron a los restos de las unidades regulares del ejército y las fuerzas de seguridad estatales que permanecieron fieles a la República.

En Bujalance se organiza a finales de septiembre la Columna Andalucía-Extremadura a partir de los restos de las diferentes centurias y columnas milicianas de la CNT andaluza como la «Centuria de los Gavilanes» de Bujalance; el Batallón «Arcas» y el Batallón «Zimmerman» de Sevilla; el Batallón «Pancho Villa» procedente de Jaén, Castro del Río y Baena; el «Batallón de Alcoy» creado por milicianos levantinos (que ya habían operado en la fallida toma Córdoba el 20 de agosto de 1936 y posteriormente en Cerro Muriano) y el Batallón «Fermín Salvochea» formado el 20 de agosto en Almodóvar del Río, cuyos miembros eran de esta localidad y de Villaviciosa. Esta nueva columna estará a cargo de los hermanos Juan, Francisco y Sebastián Rodríguez Muñoz, «Los Jubiles», anarquistas de la localidad.

La forma de organizarse más común de estas milicias fue la columna, un tipo de formación  muy utilizado durante los primeros compases de la guerra por ambos bandos. Conforme iba avanzando la contienda las milicias se fueron transformando progresivamente en ejércitos compactos, coordinados y con un mando único.

El Ejército Popular de la República (EPR), también denominado como Ejército Republicano, Ejército Popular o Ejército Rojo (término usado principalmente por el bando sublevado), fue la denominación adoptada por el ejército de tierra de la Segunda República Española tras la reorganización emprendida por sus autoridades y la disolución de las milicias de voluntarios surgidas en los primeros meses del conflicto armado.

Las Brigadas Internacionales

Estas unidades militares compuestas por voluntarios extranjeros de más de cincuenta países participaron en la guerra civil española junto al bando republicano, siendo retiradas a partir del 23 de septiembre de 1938, a fin de modificar la postura del Comité de No Intervención ante el hecho de la participación extranjera.

Las más recientes investigaciones de Michael Lefebvre y Rémi Skoutelsky dan una cifra de casi 35.000 brigadistas. De estos, murieron al menos 15.000; mientras que  nunca fueron más de 20.000 hombres los que estuvieron activos en los frentes en un momento determinado de la guerra. La nacionalidad más numerosa fue siempre la francesa, con una cifra cercana a los 10.000 integrantes, buena parte de ellos de la zona de París. La mayoría no eran soldados, sino trabajadores reclutados voluntariamente por los partidos comunistas (Comintern) o veteranos de la Primera Guerra Mundial.

Brigadas Internacionales

LOS COMBATIENTES EN EL SUR DE CÓRDOBA

Combatientes del bando sublevado

El golpe militar contó desde un primer momento con un grupo de generales de gran ascendencia entre la oficialidad del ejército. Emilio Mola, Francisco Franco, José Sanjurjo, Gonzalo Queipo de Llano o Manuel Goded fueron unos de los principales conspiradores lo que permitiría que un determinado número de Divisiones Militares se sumara la rebelión desde el mismo 18 de julio. Junto a ellas, los cuerpos de élite del Ejército de África, La Legión y Regulares participarán también activamente en la guerra junto al bando sublevado llegando a aglutinar un contingente que se estima en torno a los 800 000 soldados.

Dentro de esta fuerza se encontrarían también los reemplazos o “quintas” que a partir del 10 de agosto de 1936, movilizaría a todos los jóvenes de entre 21 y 25 años de Galicia, parte de Andalucía y de Castilla y León, utilizando un mecanismo de control y persuasión para la sociedad de retaguardia que utilizó los propios resortes del régimen republicano y se mantuvo hasta el 7 de enero de 1939, con la aprobación de constantes decretos, sobre todo en 1937. Esta situación hizo que también numerosos cordobeses acabasen formando parte de la contienda sin que de manera previa se hubiesen decantado por un bando u otro.

La Guardia Civil: un apoyo efectivo en el sur de Córdoba

Entre las fuerzas de la Guardia Civil existió una gran división tras la rebelión militar, de manera que incluso la propia Comandancia de Córdoba no apoyó la insurrección hasta que en una hábil maniobra el comandante Luis Zurdo se hizo con el control del cuartel de la Victoria tras ponerse a las órdenes del coronel Cascajo, sustituyendo a su jefe superior, el coronel Francisco Marín, cuya postura no se encontraba del todo definida. En ese sentido, algunos autores sostienen que un elevado porcentaje de guardias mantenían su lealtad a la República. Sin embargo, en el sur de la provincia de Córdoba, salvo muy concretas excepciones, la mayoría obedeció sin reservas las órdenes que se dieron desde la Comandancia de la capital, clausurando los centros obreros, deteniendo a sus principales dirigentes, incautándose de los Ayuntamientos y proclamando, finalmente, el Estado de Guerra.

En esta época, la Guardia Civil estaba organizada en 24 Tercios y 30 Comandancias, estando integrada por más de 34.000 hombres. En los primeros meses de la contienda, los guardias civiles leales al gobierno republicano portaban un brazalete rojo que les distinguía de los que se unieron al golpe militar, llegándose a producir enfrentamientos entre unos y otros como el que sucedió en Puente Genil con miembros del cuerpo venidos de Málaga que intentaron reducir a sus compañeros atrincherados en el cuartel del centro de la población.

La Legión y los Regulares

La Legión Española, o Tercio de Extranjeros, como se denominó en su origen, es una fuerza militar de élite dirigida y creada en 1920 por el general José Millán Astray. Encuadrada dentro del Ejército de Tierra, participó muy activamente en la guerra civil dentro del bando sublevado, siendo durante este período cuando alcanzaría su máximo esplendor con 18 Banderas (unidad tipo Batallón), que junto con las tropas de regulares indígenas constituirían el núcleo más combativo del curtido Ejército de África.

Las primeras acciones que llevó a cabo permitieron el triunfo de la sublevación en la zona del protectorado de Marruecos, trasladándose a continuación las distintas Banderas a la península en lo que sería el primer puente aéreo militar de la historia. Con su llegada a Sevilla la situación para los sublevados quedaría estabilizada en Andalucía Occidental.

Por su parte, el Ejército de África, a veces denominado Ejército Expedicionario de África o también Ejército de Marruecos, fue una rama del Ejército de Tierra de España que actuó como guarnición en su protectorado marroquí desde su establecimiento en 1912 hasta la independencia del país africano en 1956.

Este cuerpo militar contrataba soldados locales marroquíes para la infantería y caballería, llamados Regulares. En total, el Ejército de África llegó a tener 32.000 soldados y era la unidad más profesional y eficaz de entre los aproximadamente 100.000 hombres que en los años 30 componían el Ejército Español.

El papel de esta unidad fue de gran importancia para el éxito de los sublevados desde el mismo inicio del alzamiento militar ya que el Protectorado de Marruecos se unió a los rebeldes sin apenas resistencia. Al igual que en el caso de la Legión, un gran contingente del Ejército de África se transportó a la España continental en un audaz puente aéreo establecido mediante aviones Junkers y Savoia-Marchetti, suministrados por Alemania e Italia, respectivamente.

Una vez en Andalucía, el Ejército de África se dividió en dos columnas; la primera, al mando del coronel Juan Yagüe, avanzó hacia el norte, ocupando rápidamente una buena parte de Extremadura. Mientras tanto, la otra, bajo las órdenes del general Varela, se hizo con el control de Sevilla, Granada y Córdoba, estabilizando la situación precaria que presentaban estas últimas ciudades. Podría afirmarse que los rápidos avances del Ejército de África propiciaron que casi todo el oeste de España estuviera en manos de los sublevados a finales de septiembre de 1936.

Tras la independencia de Marruecos, la mayor parte de los Regulares de contratación local fueron trasladados al nuevo Ejército Real. Se mantuvieron las ciudades de Ceuta y Melilla y las plazas menores de soberanía española donde todavía hoy existen guarniciones tanto de la Legión como de los Regulares.

Cañete de las Torres

Documento militar

Falangistas, monárquicos y requetés

Tras el estallido de la Guerra Civil, en la zona sublevada habían actuado varias milicias de partido —falangistas, carlistas o monárquicos—. Sin embargo, tras la promulgación del llamado «Decreto de Unificación» (abril de 1937) todos los partidos desaparecieron y se estableció Falange Española Tradicionalista y de las JONS, integrándose la mayoría de las antiguas milicias en una nueva «Milicia Nacional».

El final de las hostilidades trajo consigo la desmovilización de numerosos efectivos militares del bando franquista, algo que también afectó a las milicias del partido único. El 2 de julio de 1940 se promulgó una ley que reorganizaba su estructura, quedando  como una fuerza de carácter paramilitar  encargada de la formación y adoctrinamiento de las juventudes antes de su ingreso en las Fuerzas Armadas. La ley vino a subrayar el control del Ejército sobre las milicias, perdiendo su antigua autonomía y su carácter político. Los oficiales de las mismas serían militares profesionales.

Los requetés, por su parte, eran las fuerzas paramilitares carlistas que, estructuradas por José Enrique Varela y dirigidas por Ricardo Rada, tomaron parte activa en favor de los sublevados. Se calcula que fueron aproximadamente 60.000 los que, organizados en 41 tercios, participaron en la contienda.

Aunque la presencia del Requeté no tuvo en Andalucía la importancia que desarrolló en otras zonas peninsulares, sí que consiguió aglutinar en Sevilla las suficientes fuerzas como para constituir una columna que al mando del comandante de Caballería retirado, Luis Redondo García, operó en la sierra de Aracena y posteriormente en otras provincias andaluzas como la de Córdoba, donde fueron especialmente significativas sus actuaciones en la comarca de Bujalance.

La Aviación Legionaria, el Corpo di Truppe Volontarie y la Legión Condor

Italia fue el país que envió el contingente de combatientes extranjeros más numeroso de los que lucharon en el bando sublevado. Desde finales de julio de 1936 ya había oficiales italianos que pilotaban los Savoia S-81 y los cazas Fiat C.R.32 encuadrados en la Legión Extranjera, transformada en el mes de agosto en la Aviación Legionaria cuya base principal se situó en la isla de Mallorca. A partir de diciembre de 1936 se desplegó en España una unidad militar completa llamada Corpo di Truppe Volontarie (CTV). Estuvo integrada por 40.000 hombres con distintos relevos, por lo que se calcula que pasaron 72.775 efectivos (43.129 del ejército italiano y 29.646 de la milicia fascista). A estos habría que añadir los 5.699 que formaron parte de la Aviación Legionaria, lo que hace que la cifra total de combatientes sea muy superior a la participación alemana y a la de las Brigadas Internacionales en el caso del bando republicano.

Tanto el CTV como la Aviación Legionaria estuvieron combatiendo hasta el final de la guerra, si bien a finales de 1938, por las mismas fechas en que las Brigadas Internacionales abandonaban España, Mussolini retiró a la cuarta parte del contingente que sería despedido en Cádiz por los generales Queipo de Llano y Millán Astray.

En noviembre de 1936, Hitler, al mismo tiempo que reconocía oficialmente al general Franco, ordenó el envío de una unidad aérea completa que actuaría con autonomía dentro del ejército sublevado y contaría con sus propios jefes y oficiales mandados por el general Hugo von Sperrle (que luego fue sustituido por el también general de la Luftwaffe Wolfram von Richthofen). Estaba integrada inicialmente por cuadro escuadrillas de cazas Heinkel 51 y cuatro de bombarderos Junkers Ju 52. Además, la Legión Cóndor contaba con un batallón de 48 tanques y otro de 60 cañones antiaéreos. Esta fuerza estaba formada por unos 5.500 hombres (a los que se fue relevando con frecuencia una vez habían adquirido la experiencia bélica que buscaban, por lo que por España pasaron unos 19.000 efectivos). Así la guerra civil española fue un campo de pruebas de la Lutfwaffe, donde ensayó las armas y tácticas que luego se emplearían en la Segunda Guerra Mundial.

La Legión Cóndor permaneció en España durante toda la guerra y participó desde noviembre de 1936 en todas las batallas importantes (llegaron unos 620 aviones). Una vez finalizado el conflicto bélico y después de participar en el desfile de la Victoria celebrado en Madrid, la Legión Cóndor hizo su último desfile oficial en España el 22 de mayo de 1939, siendo trasladados a Alemania por buques transatlánticos y recibidos en el puerto de Hamburgo por Hermann Goering.

Las fuerzas franquistas en el sur de Córdoba

En Baena estaba destinada la 22 Compañía de Zapadores, así como el Primer Batallón de la Bandera de la Falange de Huelva. A mediados de noviembre de 1938 se trasladaron desde Luque tropas al mando del teniente coronel jefe de la Infantería Divisionaria, quedando establecido su Cuartel General en la población. Por su parte, en Valenzuela se situaría, entre otros, el Primer Regimiento de la 34ª División.

En Aguilar permanecían unidades de descanso pertenecientes al VIII Batallón del Regimiento de Infantería de Lepanto n.º 5, Regimiento de Infantería Granada n.º 6, III Batallón del Regimiento de Infantería de Castilla n.º 3, XI Batallón del Regimiento de Infantería de Castilla n.º 3 y una Unidad de Regulares de Alhucemas.

En Cabra, las tropas concentradas eran considerables. Entre otras, se hallaban la 34ª Compañía de Automovilismo, la 34ª Compañía de Trasmisiones y el Batallón de Trabajadores n.º 37 (prisioneros que realizaba funciones de allanar el camino a las fuerzas sublevadas). Además de estas fuerzas, desde el 1 de noviembre de 1938 se ubicó el Cuartel General de la 34ª División, situándose los Puestos de Mando de los comandantes de Artillería e Ingenieros.

También hubo tropas italianas en las primeras semanas de 1937, las mismas que tomaron parte en la ocupación de Málaga y más tarde pasaron de nuevo por localidad en su camino hacia el frente de Madrid donde combatirían en la ofensiva de Guadalajara. No obstante, cuando en el otoño de 1938 los aviones republicanos llevaron a cabo el bombardeo de la ciudad, hacía ya más de un año que estas tropas habían dejado atrás la comarca egabrense.

EL TERROR AÉREO

lOS BOMBARDEOS EN LA GUERRA CIVIL

Por primera vez en su historia, durante la guerra civil española la aviación fue utilizada intensamente tanto en las labores de hostigamiento en el inicio de la contienda como en las posteriores misiones de reconocimiento y bombardeo que se llevaron a cabo sobre la retaguardia. Sin embargo, y dado que sus efectivos se encontraban obsoletos en el inicio de la contienda, solo fue la ayuda a ambos bandos de potencias extranjeras la que permitió que aparecieran en combate los más modernos bombarderos de la época. Mientras que los sublevados recibieron los Savoia-Marchetti 81 y 79 italianos y los Junkers Ju 52 y Heinkel He 111 alemanes, el gobierno de la República obtuvo fundamentalmente los «Katiuskas» y «Polikarpov» soviéticos.

Los ataques aéreos en el sur de Córdoba

La utilización colateral del conflicto español como «campo de experimentación» comenzó en diciembre de 1936 cuando la escuadrilla de bombarderos experimentales, bajo el mando de Wolfram von Richthofen, un ingeniero profesional con buenas relaciones en el Departamento Técnico de las Fuerzas Aéreas alemanas (Technisches Amt der Luftwaffe), empezó a operar en Andalucía. En dicho departamento se había comparado la tipología de la edificación de las ciudades españolas con las de Europa Central y se había llegado a la conclusión -lamentable, desde el punto de vista alemán- de que resultaba imposible, por lo pronto, producir «catástrofes en forma de incendio», debido al escaso mobiliario de las casas del sur de España. Richthofen adujo, además, «evidentes razones sentimentales», según escribió en su diario durante el invierno de 1936, y asumió que en una guerra civil habría que tener -de alguna manera- consideración hacia la población civil. A sí se pensó, por lo menos, en el invierno de 1936.

Fue la ambición personal del jefe de las tropas del Sur, el general Queipo de Llano, a quien los alemanes le debieron que, finalmente, pudieran comenzar con sus pruebas a mediados de diciembre de aquel año. En esas fechas Richthofen escribía en su diario: «El hecho de que por fin tengamos a nuestra disposición verdaderas ciudades para bombardear, nos permite comprobar los efectos directos de los bombardeos, ya que por la cercanía de las aldehuelas y su posterior conquista podremos inspeccionar inmediatamente los pueblos».

Las expectativas se cumplieron: tras el bombardeo de Bujalance, El Carpio y Montoro, dirigido por el mismísimo Richthofen, sus efectos pudieron ser observados, en primer lugar, desde el aire y ser analizados y documentados fotográficamente con minuciosidad una semana más tarde tras la ocupación terrestre de dichos pueblos.

Bujalance: el terror en los comienzos de la guerra

El principal ataque de la Legión Cóndor alemana en el sur de Córdoba, tuvo lugar el 14 de diciembre de 1936 en Bujalance. El bombardeo fue devastador y sus huellas aún perduran tanto en edificios particulares como en otros más emblemáticos, caso de la torre de la iglesia de San Francisco, en pleno centro de la población.

Bujalance

Efectos de los bombardeos en la calle San Pedro

Coincidiendo con la ofensiva franquista conocida como «Campaña de la Aceituna» se lanzaron más de 100 bombas de 50 kg., tal y como indica la escritora Stefanie Schüler-Springorum en su libro «La guerra como aventura», donde habla de la participación de fuerzas alemanas en el conflicto bélico español.

Oficialmente, la operación fue considerada dentro del mando de la Legión como un acto para minar «la moral en los pueblos de los enemigos», aunque a quienes participaron en ella les pareció que se había tratado de algo de mayor alcance. Incluso parece que al mismo Richthofen, con fama de desconsiderado, le surgieron algunos escrúpulos al respecto:

«Es una sensación extraña observar por primera vez cómo caen las bombas sobre la gente y sobre los objetivos precisos. Se agitan lentamente, muy tranquilamente y, como si fuera un juego, abandonan el pájaro; y uno sabe que dentro de nada ya no habrá paz alguna allá abajo. Y ¿sobre quién caen? Sobre algunos pobrecillos que no tienen ni idea de lo que es blanco ni rojo y que no lo quieren saber, y por ello se suman a tal o cual bando porque el otro bando no es capaz de ayudarles, lo que podría hacerse sin peligro y sin disparar.

La única razón es, pues, la cosecha de aceitunas deseada por Queipo de Llano. Que así sea. Debemos ayudar a uno de esos bandos y cumpliremos con la obligación de tirar las bombas donde ese bando quiera. Y así será».

El deber de cumplir las órdenes y el deseo de probar las bombas parecen haber despejado toda duda moral sobre el ataque contra la población civil. En su diario desaparecen las anotaciones relacionadas con el tema. La ausencia de refugios hizo que la cifra de víctimas, entre muertos y heridos, fuera muy elevada y los efectos devastadores pudieron ser evaluados poco tiempo después cuando un piloto de la Legión Cóndor reconoció la zona sur de la provincia sobre la que habían operado:

«Casi todos los pueblos están destruidos; muchos están literalmente en ruinas. El que peor aspecto presenta es Bujalance: no hay ni una sola casa en pie; de la mayoría sólo quedan paredes aisladas… como si un loco hubiera arrasado todo con un hacha… nunca había visto una imagen igual de destrucción. Sólo se ven algunas personas, casi todos viejos o mujeres que se negaban a abandonar el lugar donde habían nacido hace tantos años. Deambulaban con el rostro decaído y desconcertado por entre las ruinas como sombras de lo que habían sido antaño».

 

Los otros bombardeos

Los ataques aéreos a poblaciones del Sur de la provincia se llevaron a cabo prácticamente desde el comienzo de la acción bélica. De este modo, el 24 de julio, apenas unos días después del golpe militar, Aguilar de la Frontera sufrió un bombardeo de la aviación sublevada procedente de Sevilla, en la creencia de que los milicianos que se habían hecho fuertes en Puente Genil, se dirigían a la población para ponerle sitio y tomarla.

En el bombardeo murieron cuatro personas, otras tantas resultaron heridas y fueron muchas las que ante el terror que infundió el ataque huyeron al campo.

El día 1 de agosto la columna del comandante Castejón hacia entrada en Puente Genil, siendo bombardeada la ciudad previamente, sobre todo las zonas próximas a la estación de ferrocarril donde se habían hecho fuertes las milicias de izquierdas.

Estas operaciones, que se darían también en otras zonas de la Campiña y el Alto Guadalquivir, permitían un mejor avance del bando sublevado y la “reconquista” de poblaciones que en un primer momento habían quedado bajo control miliciano.

Por su parte, la llegada a la provincia del general Miaja a finales del mes julio, supuso un nuevo enfoque de las operaciones militares, comenzando en este caso los bombardeos republicanos sobre la capital y organizándose el ataque por diversos flancos a fin de rendir la ciudad.

Una de las Agrupaciones que habría de hacer su entrada por la zona del puente romano, fue la del comandante Pérez Salas que partiría el día 20 de agosto desde Espejo con un fuerte efectivo y llegaría hasta la estación de Torres Cabrera donde se ordenó un descanso a las tropas. Fue entonces cuando apareció un avión del bando sublevado que sobrevoló a gran altura en misión de reconocimiento y con el objetivo de localizar exactamente a la columna. El pánico comenzó a cundir en las filas y aunque los jefes intentaron controlar la situación diciendo que el avión era leal a la República, pronto lo vieron descender mientras arrojaba tres bombas de gran potencia que diezmaron el Batallón Alcoy.

Nuevos aparatos de refuerzo aparecieron en el horizonte y el bombardeo a la columna continuó destrozándola, replegándose nuevamente hasta Espejo donde se habían establecido posiciones defensivas. Fue precisamente esa acumulación de efectivos republicanos en la localidad la que hizo que el mando sublevado se plantease tomarla definitivamente ante la amenaza continua que suponía para la capital de la provincia. Las operaciones comenzaron el 11 de septiembre y también aquí la aviación sublevada tendría un especial protagonismo. Durante este mes, los Breguets de la escuadrilla mixta de Córdoba y los SM-81 italianos tuvieron una intensa actividad en Torres Cabrera, Castro del Río y Espejo, tanto en misiones de reconocimiento como en bombardeos, consiguiendo con ello un efecto desmoralizador en las fuerzas republicanas y en el último caso la práctica destrucción del pueblo.

Por su parte, los Breguets republicanos con base en Andújar, también sobrevolaron los cielos cordobeses aunque apenas pudieron intervenir ante la presencia de cazas del bando sublevado.

También otras localidades del sur de la provincia sufrirían en 1936 bombardeos republicanos. Sería el caso de Priego de Córdoba donde los aviones arrojaron algunas bombas de escasa potencia que causaron destrozos en edificios e hirieron levemente a varias personas, en su mayoría mujeres y niños, tal y como indicó la prensa de aquel momento.

Sin embargo, a pesar de que la temida presencia de los aviones de uno u otro bando se mantuvo durante toda la guerra, fue en el año 1938 cuando hubo una mayor actividad. En el otoño de aquel año, el mando republicano puso a disposición del Ejército de Andalucía, cuyo jefe era el coronel Domingo Moriones Larraga, la tercera escuadrilla del Grupo 24 (Katiuskas), que después de combatir en la batalla del Ebro pasó a la Zona Centro-Sur, concretamente a la base de Fuente Álamo (Murcia). Al mando de la escuadrilla quedó el teniente Francisco Cabré Rofes por traslado del anterior titular, Armando Gracia Mena.

El 25 de octubre de 1938, pasadas las 3 de la tarde, emprendió vuelo una patrulla de tres BK (bombarderos Katiuska) para efectuar un reconocimiento por el sector de Alcalá la Real, Almedinilla, Priego, Luque y Baena y bombardear a las concentraciones que se observasen en alguno de los tres últimos pueblos. Llegaron a la vertical de Martos y desde allí pusieron rumbo a Baena. Encontraron toda la zona cubierta de nubes y continuaron hacia Castro del Río donde divisaron un claro al suroeste que correspondía con el municipio de Aguilar de la Frontera. Allí se dirigieron y, tal y como refleja el Parte de operaciones, el caso urbano de la población «fue bombardeado a las 16:25 horas, cayendo todas las bombas dentro del citado pueblo». A la vuelta había aclarado y sí pudieron hacer el reconocimiento fotográfico de la zona comprendida entre Alcalá la Real y Priego. Tomaron tierra sin novedad a las 17:37 horas.

Aunque no tuvo la magnitud que otros de los bombardeos que sufrió el sur de la provincia de Córdoba, sí que hubo una víctima mortal y 41 heridos, uno de ellos grave, además de daños materiales de diversa consideración y cuatro casas completamente destruidas.

Por su parte, el 28 del mismo mes sería Baena, una de las localidades más atacadas  por la aviación, la que sufrió el bombardeo de nueve Polikarpov RZ, ‘Natachas’, en el que murieron 10 personas y quedaron heridas otras 16.

La presencia de esta escuadrilla entre finales de octubre y principios del mes siguiente, fue muy activa, realizando reconocimientos aéreos y bombardeando poblaciones en las que consideraban había grandes concentraciones de tropas enemigas. Así ocurrió en Albendín y Luque el 8 de noviembre, y éste sería también el caso de Cabra cuando un día antes tuvo lugar uno de los bombardeos más nocivos de las postrimerías de la contienda.

 

Cabra: el terror en las postrimerías de la guerra

A primeras horas de la mañana del 7 de noviembre de 1938, los aviones del bando republicano dejaban caer sobre esta localidad de la Subbética una veintena de bombas, provocando un balance de 109 muertos y más de 200 heridos. Se calcula que cada aparato llevaba en sus bodegas unas dos toneladas de bombas de diverso tamaño, siendo las mayores de 200 kilos de peso las que cayeron en el Mercado de Abastos y en la esquina de las calles Platerías y Juan de Silva. La primera de ellas provocó la muerte de 36 personas en el acto, más otras 14 que fallecieron en los días posteriores a consecuencia de las heridas causadas por el impacto. Entre las víctimas pertenecientes a la población civil se hallaban mujeres, niños, obreros y hortelanos.

La magnitud y el resultado de los bombardeos fueron recogidos por el Noticiario Documental (NO-DO) y un gran número de periódicos de la época en los que, mayoritariamente, se instrumentalizó la masacre con fines propagandísticos. Conviene destacar que una parte de la historiografía ha querido ver esta tragedia como un fatal error de la aviación republicana al confundir los puestos del mercado de abastos con un campamento de fuerzas italianas; otros investigadores, sin embargo, consideran que el ataque fue perfectamente planificado al igual que los que sufrieron en fechas próximas otras localidades de la comarca. En cualquier caso, lo cierto es que las numerosas e impactantes fotografías de la población aterrorizada, el dolor de quienes habían perdido a sus familiares, el amontonamiento de cadáveres mientras se disponía de féretros, los edificios destruidos y las calles intransitables por los escombros, quedaron como testimonio de uno de los episodios más cruentos de la guerra civil en el sur de la provincia.

Baena

Bando para la habilitación de refugios antiaéreos

Baena

Bando para evitar falsas alarmas de bombardeos

LA RADIO EN LA GUERRA CIVIL

Una poderosa arma psicológica

El fenómeno de la propaganda está indisolublemente unido a la historia de la guerra. Actúa y ha actuado en todos los conflictos bélicos en mayor o menor medida y en algunos momentos ha llegado a ser decisivo.

Si la propaganda había sido un arma fundamental en la Gran Guerra, en la Guerra Civil, por su carácter ideológico, iba a jugar un papel más importante todavía. Además, en España intervinieron nuevos medios: el cine sonoro con una producción de noticiarios documentales mucho mayor que la de 1914-1918 y, sobre todo, la radio porque se convirtió en uno de los más importantes instrumentos de propaganda que intentaron utilizar a fondo los dos contendientes. Su empleo como arma de guerra psicológica nace y alcanza su cenit en la Guerra Civil española para convertirse luego en la gran arma de propaganda en la Segunda Guerra Mundial.

La radio tenía ventajas sobre la prensa escrita. La principal de ellas era la de poder ser escuchada en territorio enemigo, llegando a los partidarios del propio bando que allí se encontraban para darles ánimo y consignas, contribuir a desmoralizar a los del bando enemigo, contradecir y ridiculizar a los dirigentes adversarios o difundir informaciones que desmentían o ponían en duda las que los ciudadanos recibían desde su propio bando. Se sumaba, además, la influencia de la información-propaganda dirigida a los ciudadanos del propio territorio que controlaban. 

Bajo la apariencia de informar, por tanto, la propaganda, y la radio era el gran medio. Sin lugar a dudas se puede decir que uno de sus principales objetivos consistía en pacificar y tranquilizar a los espíritus del bando propio y sembrar la inquietud en los del adversario.

Cuando el territorio español se dividió en dos zonas, la mayor parte de emisoras quedaron en poder de los republicanos. Sin embargo, no supieron aprovechar esta posición ventajosa ya que las múltiples divisiones internas que se dieron en este bando se produjeron también en el ámbito de la comunicación y acabaron debilitando la que les hubiera sido un arma psicológica de gran efectividad. En este sentido puede asegurarse que la propaganda de radio franquista fue mucho más eficaz, logrando ampliamente sus objetivos.

Está ampliamente aceptado que la guerra civil española fue un banco de pruebas de armamentos y tácticas militares que habrían de desarrollarse más adelante, pero también resultó ser pionera en el terreno de la información y la propaganda, jugando en este caso la radio un papel de primer orden.

Queipo de Llano

Unión Radio Sevilla

Dolores Ibárruri "La Pasionaria"

Radio Valencia

ASÍ LO NARRÓ LA PRENSA

La crónica escrita de una guerra

Tal y como lo describe el historiador González Calleja en su artículo “Reflexiones sobre el concepto de guerra civil”, publicado en el número 20 de la revista Gladius, este tipo de conflicto armado genera una “violencia total entre segmentos de una misma población, que persigue como objetivo prioritario el aniquilamiento o sometimiento sin condiciones del adversario, el derrocamiento del régimen imperante o la disolución de un Estado”. Constituye por ende “un importante instrumento de cambio sociopolítico”. La prensa no fue ajena a este conflicto y la ejecución de numerosos propietarios, periodistas y empleados de periódicos, la incautación, suspensión y supresión de centenares de diarios, semanarios y revistas así lo confirman.

El desarrollo de la contienda supuso también el nacimiento de un número considerable de publicaciones, así como un cambio del personal y una reorganización del sistema de financiación de la prensa en los dos bandos. A medida que disminuía la publicidad en sus páginas, la propaganda política se iba haciendo omnipresente. Surgía así un nuevo estilo periodístico en el que las cabeceras destacarían en sus titulares un mismo hecho con visiones totalmente distintas dependiendo del bando hacia el que se inclinasen.

La importancia de la prensa en la divulgación del conflicto hizo que, además de la esperable presencia de periódicos centenarios como «ABC» o «La Vanguardia» (dirigido al final de la guerra por el baenense Fernando Vázquez Ocaña), apareciesen otros rotativos (algunos de ellos creados ad hoc) como apoyos propagandísticos de los distintos bandos. El Diluvio, El Sol, Solidaridad Obrera, Azul o La voz de España, serían buena prueba de ello.

Pero, además, la Guerra Civil española atrajo la atención internacional mediante la utilización, sin precedentes, de la fotografía en la prensa ilustrada. Fotoperiodistas como Agustí Centelles captaron los primeros momentos de la guerra con destreza e inmediatez, empleando con eficacia cámaras de pequeño formato como la Leica y aprovechando también una red increíblemente ágil de agencias de prensa y gubernamentales para publicar en todo el mundo las fotografías que aquí se hacían.

Por su parte, fotógrafos internacionales como Robert Capa, Gerda Taro, Chim (David Seymour) y varios otros, no solo ejercieron como periodistas, sino que, al identificarse con la lucha contra el fascismo, demostraron también su compromiso con el gobierno republicano. No todos los fotoperiodistas del momento sometieron sus temas fotográficos al filtro de su identidad política, pero en el caso de los colaboradores de Vu, Regards y AIZ, su papel como participantes-observadores quedó demostrado repetidas veces. Además de publicarse en la prensa, sus fotografías fueron ampliamente utilizadas por el Comissariat de Propaganda en libros como Madrid y en series de postales. En el caso de AIZ, John Heartfield recortaba imágenes de los periódicos y creaba con ellas nuevos montajes fotográficos que incitaban al espectador a participar en una crítica activa de los acontecimientos. La capacidad reveladora de la fotografía para dar testimonio y transformar la conciencia se entendía como una función vital y necesaria de la prensa ilustrada.

 

La prensa local

Al comienzo de la Guerra Civil, en la capital de la provincia cordobesa se editaban “La Voz de Córdoba”, “Diario de Córdoba” y “El Defensor de Córdoba”.

El primero de ellos, fundado en 1920, acabó siendo uno de los principales órganos de difusión lerrouxistas, después de haber sido también el órgano oficioso de la Dictadura de Primo de Rivera en manos de la familia Cruz Conde. A comienzos de la guerra, cuando estaba bajo el control del eminente arabista Rafael Castejón, su director, Pablo Troyano, fue detenido y ejecutado más tarde por los rebeldes. Sus instalaciones, las mejores de su clase en la ciudad, fueron incautadas por los sublevados, suprimiéndose la cabecera y pasando a editarse entonces el periódico falangista Azul.

“Diario de Córdoba” había nacido a mediados del siglo XIX y aunque su línea editorial procuró siempre mantenerse al margen de disputas políticas, se le relacionó casi desde un principio con postulados más conservadores. Durante la Segunda República tuvo la consideración de “decano” de la prensa andaluza, al ser el periódico más longevo que aún se mantenía en activo. Sin embargo, y pese a este singular prestigio, su tirada fue siempre modesta y en 1938, cuando era dirigido por Marcelino Durán de Velilla, acabó siendo suprimido al no poder adaptarse a los requisitos impuestos entonces por la Ley de Prensa promulgada aquel mismo año.

Finalmente, “El Defensor de Córdoba”, en el que tuvo un destacado papel como director el baenense Daniel Aguilera Camacho, mantuvo desde sus comienzos en 1899 una línea católica que avanzó hacia postulados aún más conservadores cuando con la llegada de la Segunda República se alineó ideológicamente con el tradicionalismo, pasando a integrarse en el grupo editorial carlista IBSA. Al igual que “Diario de Córdoba”, no pudo superar los requisitos de la Ley de Prensa de 1938 y se suprimió ese año, utilizándose sus talleres para la edición de otras publicaciones como el boletín católico “El Cruzado de la Prensa”.

Mención aparte merecerían determinadas publicaciones locales que, aunque menos relevantes desde el punto de vista de tirada y difusión, fueron también importantes por su cercanía a los hechos. Sería éste el caso del periódico egabrense “El Popular”, que dedicó en exclusiva uno de sus números al bombardeo del 7 de noviembre de 1938. En estas ocasiones, el papel de los fotógrafos de la zona fue igualmente relevante. Nos encontramos así con testimonios gráficos como los captados por el ruteño Cristóbal Velasco Cobos, “Cris Velasco”, que ya a la temprana edad de 18 años pudo reflejar la crudeza de la guerra con imágenes tan impactantes como las que recogió tras el trágico bombardeo en la ciudad de Cabra.

Fotógrafos de prensa, periodistas, expertos en propaganda… unos y otros se afanaron en divulgar una contienda que atrajo la atención no sólo de quienes sufrían directamente sus consecuencias en el territorio español, sino también de muchos países extranjeros cuya expectación e interés por el desarrollo de los acontecimientos confirmaría el que ya los venían considerando prolegómenos del conflicto mundial que estallaría poco más tarde.

 

LA CENSURA POSTAL

Un mecanismo de control efectivo

La censura postal se utilizó de forma intensa en la I Guerra Mundial (1914-1918) al igual que lo sería posteriormente en la Guerra Civil española. De hecho, por circunstancias políticas e internacionales, el bando vencedor mantendría la censura postal hasta 1945.

Las disposiciones recogidas en La Gaceta de la República por parte del bando republicano y en el Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España (transformado más tarde en Boletín Oficial del Estado) por parte del bando franquista o nacional, son una buena muestra de esta práctica, como también lo son los envíos postales con sus respectivas marcas de censura que han llegado hasta nuestros días.

El origen de la censura postal militar republicana lo tenemos bien documentado. Se crea por una Orden de 15 de agosto de 1936, siendo Ministro de Comunicaciones y Marina Mercante don Bernardo Giner de los Ríos (1888-1970). La creación de la censura postal se justificaba del modo siguiente:

“Este Ministerio viene adoptando medidas de toda índole tendentes a impedir que sea utilizado el Correo para comunicarse los elementos facciosos con otros afines situados en las provincias que permanecen leales al régimen.”

Por su parte, en el bando sublevado la primera disposición que encontramos es una Orden de 2 de septiembre de 1936 donde la Junta de Defensa Nacional dispone que en ningún caso se aplique censura a los pliegos que vayan destinados a los Vocales de la misma o a la Junta como entidad, ampliándose posteriormente a las autoridades militares y a determinados organismos que quedaban libres de unas medidas a las que tenía que someterse el resto de la ciudadanía. Dos años más tarde, Franco nombraría al comandante de Caballería, Luis Acuña y Guerra, Jefe de censura Postal y Telegráfica.

La censura franquista fue muy activa y, quizás, más organizada y eficaz que la republicana, cumpliendo fielmente su cometido casi una década.

Los censores podían dejar la carta circular sin ninguna objeción. Podían tachar algún contenido “inadecuado”. Y también podían no dejar circular el envío y mandar a las fuerzas de seguridad a que detuvieran al remitente o al destinatario. En ese contexto los particulares que estaban, o intentaban estar, al margen de conflictos políticos, se cuidaban de no escribir nada que pudiese mal interpretarse. El propio usuario ejercía la “autocensura”.

DINERO EN TIEMPOS DE GUERRA

La división del país en dos zonas claramente diferenciadas como consecuencia del conflicto bélico, propició el que existieran dos Bancos de España, dos pesetas, dos sistemas financieros y, como consecuencia, dos políticas económicas distintas. El dinero fue, sin duda, un factor decisivo en el transcurso de la guerra. Por ello, conviene conocer las actuaciones financieras de ambos bandos de forma que llegue a comprenderse mejor su influencia en el resultado final de la contienda.


Bando Republicano

El domingo 19 de julio de 1936 se decretó una moratoria general de pagos y vencimientos que prohibía, durante 48 horas, retirar de las entidades bancarias una cantidad superior a las 2.000 pesetas. De este modo, además de prevenir el pánico bancario, se pretendía contener la circulación monetaria, evitar la retención de riquezas y salvar la producción del país que 3e vería amenazada por la falta de dinero efectivo.

Baena

Cartón moneda republicano

Aún con estas medidas, los problemas financieros de la República aparecerían apenas comenzada la guerra civil. El día 20 de julio (el 18 fue sábado) miles de personas acudieron a los bancos a retirar dinero. La evasión monetaria se hizo inevitable y el Gobierno se vio obligado a reducir a 500 pesetas la cantidad que una persona podía sacar al extranjero, limitando a diez el número de viajes. Sin embargo, ninguna de estas medidas parecía ser suficiente y ante la penuria de recursos las autoridades republicanas acabarían decretando la obligación de todos los súbditos españoles de entregar al Banco de España el oro, las divisas y los valores extranjeros.

Por su parte, la emisión de papel moneda o de circulante fue bastante penosa. Tal y como indica José Luis Sánchez Asiain, expresidente del BBVA y autor del libro “La Financiación de la Guerra Civil española”, aparte de requisar el oro, las divisas y los valores extranjeros, el gobierno republicano retiró las monedas de plata “con un argumento tan poco convincente” como que pertenecían a la monarquía y, por tanto, había que sustituirlas por otras fieles al espíritu del nuevo Estado. Esta determinación complicaría aún más la credibilidad económica gubernamental ya que, si bien en un primero momento se emitieron certificados que equivalían a su valor en plata, posteriormente, en marzo de 1937, se acuñaron monedas de una y dos pesetas en cobre y aluminio, llegándose al final, con simples “discos de cartón” como valor monetario.

En esta situación, y ante la imposibilidad del Banco de España republicano de seguir emitiendo moneda (las partidas de circulante estaban sobrepasando todos los límites legales), el Ministerio de Hacienda asumió la emisión de billetes. Pero era un soporte fiduciario ya que en realidad se basaba en la confianza de la ciudadanía en el valor del papel pues, según afirma Sánchez Asiain en su obra antes citada, a finales de 1938 “el gobierno republicano había vendido ya la totalidad del oro enviado a Moscú”. Se refería el autor al medio millón de toneladas que en más de 7.000 cajas partieron en noviembre de 1936 hacia la Unión Soviética, cuya recepción fue firmada por los comisarios Grinko y Kretinski, además de por el embajador español, Marcelino Pascua.

Desde el punto de vista crediticio, la confiscación de cuentas corrientes, el expolio de cajas de seguridad y la toma de empresas, aceleraron el empeoramiento de una economía que en la Guerra Civil podría considerarse semihundida.

 

Bando franquista

En la zona que quedó bajo el control de los sublevados, se utilizó la peseta republicana durante los primeros meses, no cambiándose a la nueva moneda hasta mediados del mes de noviembre de 1936.

Al igual que ocurriría en el bando contrario, la Junta Técnica del Estado limitó de inmediato la posibilidad de retirada de fondos o valores por los titulares, pensando que habría un pánico bancario que, sin embargo, no llegó a ocurrir.  El motivo no fue otro que en la zona nacional la red bancaria era mucho más tenue que en la republicana y el autoconsumo agrario más alto. Aun así, el 24 de julio, tan sólo cinco días después de que se hiciera en la zona republicana, las autoridades monetarias de los sublevados impedían retirar cantidades superiores a las 2.000 pesetas. No obstante, ese mismo verano la disposición de imposiciones que hubieran tenido lugar después del 17 de julio quedó totalmente libre. Por otro lado, a medida que avanzaban las tropas, se iba dotando de solidez al sistema financiero, restituyendo los depósitos en la medida que fuera posible. Esto se logró mediante un mecanismo curioso: estampillando los billetes republicanos antes de julio de 1936, de modo que los posteriores no eran válidos. Al mismo tiempo, se anunciaba por la radio desde Burgos que no serían reconocidos los billetes republicanos posteriores a esa fecha.

Esta argucia permitió que, ante el avance franquista, una buena parte de la ciudadanía acumulase billetes estampillados que, una vez entregados por las familias a los bancos, dotaban de liquidez al sistema financiero de la zona sublevada sin necesidad de emitir tantos billetes.

Los sublevados también confiscaban el dinero republicano considerado “ilegal” (según sus propios términos) con el objeto de utilizarlo como arma de guerra. Para ello, aprovechando la enorme cantidad de papel moneda de la República que iban acumulando, se puso en marcha una operación doble: primero, lo enviaban a los mercados internacionales, comprando divisas en masa y disminuyendo su cotización (mayor oferta, menor precio). Así conseguían que en el caso de que la República tuviese que comprar trigo, por ejemplo, le costase más. Y, segundo, lo reintroducían en territorio republicano para financiar a los quintacolumnistas, disminuir el valor de la peseta republicana y causar más inflación. El objetivo se cumpliría exponencialmente: cuanta más cantidad era introducida, mayor era su devaluación.

Esta estrategia, calificada por Sánchez Asiain como “guerra monetaria”, buscaba la destrucción de la moneda republicana y en términos generales, dañar de la forma más eficaz posible la economía del enemigo.

Los datos así lo corroboran. De este modo, tomando el mes de julio de 1936 como base 100, hasta marzo de 1939, la inflación en territorio republicano ascendió a 14.285%, mientras que en la zona franquista fue tan sólo del 138%. Desde las perspectiva financiera resultaba evidente quien habría de ganar la guerra.

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